Circula en las redes una carta que hiela la sangre: las tasas de fertilidad en Europa son catastróficas ❌👶. Casi todo el continente está sumido en el rojo, con cifras muy por debajo del umbral de reemplazo (2,1 hijos por mujer) ⚠️. Elon Musk, nunca tacaño con comentarios alarmistas sobre la demografía, califica esta tendencia como una «gran extinción» —y puede que no esté equivocado 🧬⏳.
Pero, ¿por qué hemos llegado a esto?
Las razones son múltiples: precariedad económica 💸, costo de la vida 📈, dificultad para conciliar carrera y familia ⏰👨👩👧👦, falta de apoyo a los jóvenes padres 🍼, creciente individualismo 🤳… Pero eso no es todo.
También hay que mirar lo que comemos 🍔, lo que respiramos 🌫️ y lo que bebemos 🚱. La comida chatarra industrial, los disruptores endocrinos, la contaminación omnipresente en el aire y en el agua, todo esto podría tener un impacto profundo —y ampliamente subestimado— en nuestra salud reproductiva. ¿Y qué decir del efecto a largo plazo de la crisis sanitaria, e incluso de algunas campañas de vacunación contra el COVID? 💉❓ Los estudios aún están en curso, pero es esencial atreverse a hacer las preguntas correctas.
Las políticas públicas tienen dificultades para invertir la tendencia 🏛️, y algunos países, como Corea del Sur o Italia, ya están experimentando las repercusiones: declive económico 📉, envejecimiento acelerado 👵👴, tensiones sobre las pensiones 🧾.
La cuestión ya no es solo demográfica. Es civilizacional. ¿Queremos seguir transmitiendo, construyendo, continuando? 🏗️🌱
¿O hemos, colectivamente, trazado una línea sobre el futuro ❓