El precio del oro funciona como un termómetro de los miedos y expectativas del mercado global. Cuando las bolsas caen, los bonos flaquean o las monedas tambalean, el oro suele subir. Es un movimiento casi reflejo: los inversores lo buscan para protegerse.

A esto se suma la irrupción de nuevas formas de invertir en oro, como los ETF (fondos cotizados), los CFDs (contratos por diferencia) o la compra fraccionada a través de plataformas digitales, que permiten a ahorristas pequeños acceder al metal sin necesidad de lingotes físicos.

En este escenario, ver el precio del oro en tiempo real se vuelve una herramienta tan relevante como mirar el dólar.

La fiebre del oro no solo involucra a los gobiernos o a los mercados financieros. En países con economías inestables o alta inflación, el oro reaparece como una reserva de valor informal.

Además, el oro es un actor clave en las transiciones energéticas y tecnológicas. Su uso en la fabricación de componentes electrónicos, paneles solares y sistemas de comunicación de alta precisión lo convierte en un insumo estratégico. Y aunque no se consume como el petróleo o el gas, su disponibilidad finita y su rol en industrias sensibles refuerzan su valor global.

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