“Le decían indigente… sin saber que atendía gratis.”

Llegué pedaleando mi bicicleta vieja hasta el consultorio comunitario. Llevaba el maletín médico colgando del manubrio y una camisa blanca —que ya no era blanca— manchada de grasa de la cadena.

Apenas crucé la entrada, escuché los murmullos:

“¿Ese es el doctor? Parece un mendigo.”

“Qué vergüenza, yo no me dejo atender por alguien así.”

Respiré hondo. La sala de espera estaba llena: madres con niños, ancianos con tos, jóvenes heridos de trabajo. Todos me miraban con desconfianza.

Entonces se levantó una señora impecable, uñas pintadas y cabello perfecto:

“¿Usted es el médico? Así no pienso dejar que atienda a mi hijo.”

Antes de que pudiera responder, una voz fuerte rompió el murmullo. Era doña Mercedes, ochenta años y un bastón de madera:

“¡Ya cállense todos! ¿Saben por qué viene en bicicleta? Porque vendió su coche para comprar medicinas que reparte gratis. ¿Saben por qué su ropa está gastada? Porque no cobra ni un peso desde hace seis meses… ¡y aun así se quedó cuando los demás doctores se fueron!”

El silencio pesó en el aire.

La señora bajó la mirada.

Un joven con el brazo vendado se acercó:

“Perdón, doctor… ¿me puede atender? No tengo para pagar el hospital.”

“Claro que sí. Pasa.”

Ese día atendí a dieciocho personas. La última fue la señora de las uñas pintadas: entró cabizbaja y pidió disculpas tres veces.

Al anochecer, encontré un sobre en mi escritorio: billetes arrugados y una nota:

“De parte de todos. Para que se compre una camisa nueva. Perdónenos, doctor.”

No compré la camisa. Compré insulina para don Julio, el anciano diabético que vivía solo en las afueras del pueblo.

Al día siguiente regresé igual: con la misma bicicleta, con la misma ropa.

Pero esta vez, cuando abrí la puerta, todos se pusieron de pie… y aplaudieron.

✨ Moraleja: Nunca juzgues por las apariencias. Hay personas que, con lo poco que tienen, hacen mucho más que aquellos que lo tienen todo.

#Motivation #Reflexion