Tres de la mañana, el teléfono vibró: “La cuenta solo tiene 50 mil, ¿todavía se puede salvar?”

Al abrir el avatar del remitente, era el cliente viejo Chen, quien había depositado 450 mil dólares hace seis meses.

El mensaje no tenía palabras de más, solo adjuntó una captura de pantalla de la cuenta, los números rojos de pérdida pinchaban los ojos como agujas.

Después de unos minutos, volvió a enviar: “No espero recuperar todo, solo quiero conservar este poco dinero.”

No le di consejos complicados, solo acordé con él una regla estricta: la pérdida por operación nunca debe exceder el 3%. Antes de abrir una posición, dibuja la línea de detención, sin importar lo loca que se vuelva la situación, no se puede cambiar.

El viejo Chen era sincero, cada día me enviaba el registro de operaciones, nunca rompía la regla. Si subía, no perseguía la subida; si bajaba, no se aferraba, esperaba tranquilamente un rebote, deslizando suavemente el dedo en la pantalla, como si estuviera haciéndose la última apuesta.

Tres meses después, la cuenta subió a 90 mil; después de otros cuatro meses, los números finalmente regresaron a 450 mil.

Ese día, apenas desperté, recibí su mensaje: “Todo el dinero salió, no jugaré más.”

Me sorprendió un poco, le pregunté si no esperaba más oportunidades.

Él respondió con firmeza: “Antes ganaba por suerte, ahora mantenerlo es lo sólido. El mercado siempre está, pero mi codicia debe detenerse.”

Luego alguien me preguntó, ¿quién es el inversor más impresionante que has visto? Siempre pienso en el viejo Chen.

No ganó ganancias astronómicas, pero con un “no jugaré más”, ganó una libertad más valiosa que el dinero. En la inversión, saber detenerse es mucho más raro que saber avanzar.

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