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El Bosque de las Semillas Doradas
Había una vez un joven llamado Elías que vivía en un valle rodeado de montañas. Un día, un anciano viajero le entregó una pequeña bolsa con diez semillas doradas.
—Estas no son semillas comunes —dijo el anciano—. Son semillas de inversión. Si las plantas bien y eres paciente, te darán frutos para toda la vida. Pero cuidado: si las dejas en la bolsa o las plantas sin pensar, desaparecerán.
Intrigado, Elías decidió probar. Plantó una en el primer claro que encontró, sin preparación ni riego. Al poco tiempo, la semilla se pudrió.
Con la segunda, fue más cuidadoso: investigó sobre la tierra, el clima, y le dio agua a diario. Con el tiempo, brotó un árbol que dio frutos de oro.
Entusiasmado, Elías comprendió que invertir no era solo cuestión de plantar, sino de entender, cuidar y esperar. Así, con cada semilla restante, fue más sabio, diversificando los terrenos y tiempos de cultivo.
Años después, el valle entero floreció en árboles dorados. Gente de todas partes venía a aprender del joven que había hecho crecer un bosque con paciencia, conocimiento y visión.
Elías no solo había multiplicado sus semillas: había invertido en su futuro.